Una vez más, siguiendo una costumbre ya convertida en manía, espero a entrar en el nuevo año para enviar mis deseos de felicidad. Será que las fronteras me causan una mezcla de incertidumbre y fascinación, y solo una vez franqueadas tengo la calma precisa para hablar sobre ellas.
Siempre me ha impresionado la forma en que una raya pintada en el suelo de un desierto puede condicionar la vida de millones de personas. Y aún más, la necesidad que impulsa a esas personas a querer pasar al otro lado. No hay que ver muchos telediarios para llegar a alguna conclusión.
Por suerte, las fronteras que nos vamos encontrando en la vida no son siempre tan terribles, y, sin embargo, se podría decir que todas causan un contraste similar de sentimientos. Cuando alguien toma la decisión de franquear una frontera, es porque piensa que le irá mejor al otro lado. Eso es evidente, pero no significa que sea fácil dar el paso. Siempre está lo que dejamos atrás, lo que sabemos que se puede perder sin remedio porque quizá nunca volvamos, o porque, si lo hacemos, ya no seremos los mismos, ni encontraremos las cosas como las recordábamos. No es sencillo manejar esa balanza diabólica que siempre parece estar trucada. Y esto, salvando muchas distancias, vale lo mismo para la raya del desierto que para un torno que se abre por última vez con una tarjeta verde.
Yo, por suerte, nunca me he encontrado en el primer caso, pero se me acaba de dar el segundo. Estoy contento por ello. Ahora seré un poco mas dueño de mis días, pero nunca olvidaré lo que sentí el viernes 29 de diciembre de 2023 al aproximar por última vez mi tarjeta verde al lector del torno. ¿Pueden pasar ante tus ojos 37 años de tu vida en menos de un segundo? En realidad no pueden, pero la sensación es como si lo hubieran hecho. Alegrías, disgustos, viajes, fiestas, incertidumbres, satisfacciones, reuniones, bodas, decisiones, nacimientos, triunfo, idiomas, fracaso, países, celebraciones… y personas, cientos de personas, de caras, de sonrisas, apretones de manos, abrazos, besos. Personas que ríen y lloran, que hablan, que trabajan duro, que sienten, que están ahí, conmigo, en los despachos, en las mesas, por los pasillos, por Teams, hablándome, escuchando, rozándome, marcándome para siempre, haciendo que quien ahora traspasa el torno por última vez se sienta mejor persona que en 1.986 y que, además, esté eternamente agradecido por ello.
En el papel que firmé ponía “prejubilación”, pero los sentimientos siguen en activo.
Todos los que recibís este correo, cada una y cada uno sin excepción, sois y seréis por siempre un trocito de mi vida.
URTE BERRI ON
FELIZ AÑO 2024
P.D: y no olvides que no todas las despedidas tienen que ser tristes… sonriamos pues…
TEXTO DE IÑAKI ATECA
POSTAL DE SOL AGIRRE
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