Mi padre y el gato con botas

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Mi padre y el gato con botas 2018-09-10T09:07:53+02:00

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Nuestros relatos

Mi padre y el gato con botas

Ocurrió en los años sesenta del siglo pasado, cuando los hombres usaban camisas blancas abrochadas hasta el primer botón y los ciclistas se sujetaban el bajo de los pantalones con pinzas de tender la ropa.

Ataviado de esta guisa se presentaba mi novio a recogerme las tardes de verano. Su bicicleta era azul, de carreras, regalo de Jesús Loroño. La mía, herencia de una veraneante de Madrid, pequeña, sin barra, anaranjada y roñosa.

Una tarde de agosto íbamos por una carretera vecinal a las afueras de San Sebastián cuando pasamos por delante de una fábrica lanzando humo. Desde atrás –él siempre tomaba la delantera– le grité: “Mira, mira, esa es la fábrica de mi padre”.

No tardó mucho en descubrirse el error. Un error involuntario del que he tenido que defenderme toda la vida. La flamante factoría no pertenecía, ni mucho menos, a mi padre. Él era químico y trabajaba en los laboratorios de aquella fábrica como un empleado más. “Has hecho lo mismo que el Gato con botas y las tierras del marqués de Carabás”, se burló mi novio.

El comentario me llevo a recordar la célebre historia de Perrault en la que un molinero, al morir, dejó a sus tres hijos un molino, un burro y un gato. Al pequeño le tocó el gato y se mostró muy afligido. El animal, sin embargo, le rogó que le consiguiera un saco y un par de botas.

Pidió a su dueño que se tirara al río. El pícaro animal escondió bajo una piedra la humilde ropa de su señor y engañó al rey diciéndole que unos ladrones le habían robado.

El rey proporcionó al hombre ropa seca y le invitó a subir a su carruaje. El gato alertó a los campesinos: “Como no le digáis al rey que todos estos prados pertenecen al marqués de Carabás, os haré picadillo”. “¿De quién son estos campos?” –preguntó el rey– y se maravilló.

Después el gato llegó al hermoso castillo de un ogro a quien engatusó retándole a convertirse en un ratón. El ogro picó y él se lo comió. Al escuchar la carroza sobre el puente levadizo, salió a recibir al rey. “Vuestra majestad sea bienvenida al castillo de mi amo”.

El rey, fascinado, le concedió la mano de su hija.

Tres siglos más tarde, aún recuerdo el eco de la voz de mi madre: “¿De quién son estas tierras? Del marqués de Carabás…del marqués de Carabás”.

No he descifrado si cuando dije “la fábrica de mi padre”, me traicionó el subconsciente o fue la envidia por la bicicleta de Loroño o quería casarme con el príncipe.

Transcurridos sesenta años, cuando viajamos por Francia y admiramos las inmensas extensiones e imponentes castillos, y me pregunto: “De quién será todo esto?” Escucho la socarrona respuesta: “De tu padre, el marqués de Carabás”.

La autora

Teresa Uriarte

Teresa Uriarte Cantolla (Donosti 1947). Vive en Bilbao. Abogada y periodista jubilada. Trabajó como abogada en un despacho y después como periodista de tribunales en Deia y en El Correo. Dirigió “Vista oral” en radio Euskadi.

En 1992 ganó el primer premio de periodismo en la edición convocada por Emakunde. En la faceta literaria, en 1997, obtuvo el primer premio del IV concurso de Relatos de mujer del Ayuntamiento de Bilbao.

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