El demonio

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El demonio 2018-09-10T09:06:45+02:00

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Nuestros relatos

El demonio

La religión no ha contenido nunca verdad alguna,ni directa, ni indirectamente, ni como dogma, ni como parábola, pues nació del miedo y de la penuria y se introdujo furtivamente en la vida aprovechando los errores de la razón.

Nietzsche

Lo había hecho todo como le gusta al pater Adolfo: con discreción. Llegó temprano a la iglesia y se acercó el primero a la gran pila de mármol en forma de concha. Al persignarse comprobó que no le observaban y sumergió su cantimplora de aluminio, la que empleaba para subir al monte, en el agua bendita hasta que cesaron las burbujas.

Julián era uno de los alumnos más brillantes de la facultad de económicas, hijo de un matrimonio de maestros castellanos, que después de sobrevivir a la mayor depuración de profesores republicanos en la España del siglo XX no podían ejercer sin ser otra cosa que devotos católicos, fervientes patriotas y convencidos militantes del partido único y el único sindicato.

En momentos difíciles siempre recordaba las palabras que le dijo su padre al lograr la beca: “Tú eres una débil angula que debe llegar al mar a través de un rio con mil peligros. Hijo, no mires a las orillas, ni a la derecha ni a la izquierda, nada con tesón hacia el mar. Deja que te lleve la corriente”.

Ocultó la cantimplora colgada del cuello con la gabardina y ocupó su sitio en la primera fila, entre los devotos de comunión diaria. Su madre siempre decía para vencer su devoción perezosa: “Ir a misa no hace mal a nadie”. Pero por primera vez no fue a comulgar, estaba en pecado mortal. No podía evitar el vicio que le daba placer al despertarse.

La beca que le consiguió el cura de Pradoluengo, amigo de la familia, le permitía estar en una habitación individual en la residencia de estudiantes.

Las informaciones que tenía don Adolfo de Julián eran inmejorables: era uno de los mejores alumnos de su curso. Venía del bachillerato con un expediente de nota media, diez. Además de simpático, era de trato amable con los compañeros y muy participativo en actividades comunes. Actuaba en el grupo de teatro que ensayaba una obra de Buero: “Historia de una escalera”. Era el grupo de la chica irlandesa, la de las pecas. Una alumna pelirroja de melena ondulada, piel blanca y piernas torneadas. El páter la consideraba como una de las alumnas con mejor culo.

Julián hablaba de sus defectos de manera espontánea, como es él. En el confesionario siempre le pareció un muchacho con grandes posibilidades, pero con una cierta resistencia a responsabilizarse de sus pecados.

Cuando repasaron como dos colegas los pecados capitales que podían ensuciar su alma, no se acusó de soberbia, ni de envidia, ni de ira, ni de pereza o avaricia. Julián era modesto, bien parecido, tranquilo, laborioso y pobre. Un joven deportista, con buenas notas y al que le gustaba el teatro. Era natural que tuviera apetito. En Bilbao se evitaba hablar demasiado del pecado de la gula. Hasta qué logró abrir su alma no supo su gran problema, la masturbación. Juliantxu, como él le llamaba en confianza se la mimaba como un mono, era un esclavo de su lujuria.

Don Rodrigo, el cura del pueblo, nunca le dio tanta importancia a lo de las pajas, pensó Julián, su penitencia siempre era la misma para todos los pecados: tres padrenuestros y un avemaría.

En mala hora abrió el pico con el Dios, así le llamaban los alumnos a don Adolfo. Había intentado luchar con el vicio de Onán pero era superior a sus fuerzas. Así se lo dijo en la última confesión.- Padre, si no me toco una o varias veces al día no me concentro, no puedo estudiar.

– Julián, con ser bueno no es suficiente, hay que rezar. No dominas tus instintos porque no te entregas. Hay que rendirse humildemente al Señor. Confiar solo en tus fuerzas, de hombre, es pecado de soberbia.

El burgalés rezó y alejó las manos de su altiva amante necesitada. Padeció dolores de cabeza, tuvo los testículos duros como piedras, poluciones nocturnas, melancolía, y las mujeres de la limpieza le parecieron deseables. Hasta en los ensayos de teatro, en los diálogos con la irlandesa se tuvo que atar la rebelde al muslo.

Después de la cena, preparó la clase de Análisis Uno, dejó colgando el tapón de rosca de la cantimplora, tapó con el dedeo pulgar la embocadura y vertió el agua bendita alrededor de la cama. Gritaba sin convicción.

– Vete demonio, vete, déjame en paz…

El demonio no se fue hasta que su cuerpo se hizo viejo, pero logró que el Dios no le diera más la lata y no dejó de comulgar, a diario, hasta poco después de la muerte del adorado dictador de voz atiplada, a consecuencia de conservar un solo huevo.

Adolfo no era muy partidario de los cilicios, desde que vió a algunos alumnos exhibirlos al comulgar. Le aconsejó a Julián ponérselo en el lugar donde le atacaba el demonio. Se lo retiró después que tuviera que ir al médico por causa de la infección. Adolfo se dio cuenta de que no estaba formando a un místico, o a una asceta. Estaba haciendo útil a Dios a un experto en finanzas.

Cuando volvió a preguntar al desdichado por su vicio le contestó apesadumbrado.

– No puedo evitarlo ¿Qué hago páter?

– Hijo, debes luchar contra el demonio. Él te ataca antes de dormir y al despertar. Rocía con agua bendita alrededor de la cama antes de acostarte y después de levantarte. Mientras te proteges, reza y dile que se marche. Lograrás vencerle.

Le contó Julián que la experiencia fue un éxito, el demonio desapareció al de pocas sesiones. Nunca más volvió a ser impuro.

En la última reunión de antiguos alumnos estuvieron recordando viejos tiempos. Julián había tenido una gran carrera: logró una beca para estudiar en Bruselas, después colaboró con Solchaga en el Banco Bilbao, conspiró y compartió ardorosas militantas con Benegas, le fichó el desaparecido Bankunión de la Obra, entró en la Fundación y después de ser capitán de varias empresas, terminó su carrera de éxitos colaborando en la aventura más bella que puede desarrollar un católico en el Pais Vasco: volver a dar nueva vida religiosa a la antigua catedral ruinosa de Vitoria, la Atenas del Norte.

El autor

Javier Ortiz de Cosca

Javier Ortiz de Cosca nació en Bilbao en 1943; vive en Getxo aunque es de Portugalete. No siguió el consejo de sus profesores y en vez de dedicarse a las letras se hizo aparejador. Sin embargo, la semilla que sembraron sus maestros vive en sus historias.

Reconocimientos:

· Finalista de la V edición del concurso literario Bizkaidatz.

· Finalista del primer concurso de relatos Bilbao-Bizkaia en 2050.

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