¿Será cierto que las historias flotan en el espacio a la espera de que alguien dé con ellas y las saque a la luz? Eso suelen decir algunos escritores con una falsa modestia que nadie acaba de creerse. Sin embargo, a veces no queda otra que la invocación a los espíritus. ¿Cómo, si no, se puede superar sin trauma un ejercicio de escritura automática planteado a traición por el profesor del taller?
El ejercicio no está mal, al menos para mí que, sin una mínima presión, acabo por caer de forma irremediable en brazos de la pereza. No sé, debe ser que no me reencarno hace tiempo. Reencarnar, sí, digo bien, porque cada vez que escribo un relato, siento como si este fuera un espíritu que me posee. ¿Será que, después de todo, el taller está haciendo de mí algo más que un gastafolios? Aunque, bien mirado, tampoco está mal gastar folios a placer de vez en cuando; acabar con el espacio vacío de la hoja sin la preocupación de tener que cautivar a los lectores. Y es que si yo fuera escritor, de los de verdad, creo que me resultaría ciertamente duro vivir con la amenaza constante de no ser comprendido. Claro que siempre lo podría achacar a la consabida falta de formación del populacho, pegado día y noche a la pantalla de la televisión, incapaz de atisbar siquiera de lejos mi grandeza de espíritu. Porque ya sabemos que en este rincón del mundo solo gusta lo vulgar, mientras se desprecia lo culto y lo grandioso, la suprema belleza de la LITERATURA: lo mío, en definitiva. Y si encima me piratean, pues ya ni te cuento. Por cada libro que me birlen, otro que no podré escribir.
No sé, la verdad, cómo sigo yendo al taller con este panorama si encima yo siempre he sido de ciencias. Quizá por eso no me salen las cuentas: si todo el mundo está absorto con la tele o, a lo sumo, leyendo las memorias de alguna princesa del pueblo, ¿quién narices se molestará en piratearme? No sé, yo creo que algo falla en esta historia. Tendré que repasarla de nuevo y retocarla por enésima vez hasta conseguir la perfección. A ver si, por fin, alguien me lee.
Iñaki Ateca
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